l

obstinadamente el blog menos leído del internet

l




15.10.11

We'll always have Paris

e’ll always have Paris, y por si alguien lo había olvidado, Woody Allen nos lo recordó. Su última película, como todos sabrán, transcurre en París; la ciudad del amor y de la luz, del arte y de las putas finas. La ciudad más cliché del mundo. La postal de la Tierra.

La película comienza mal, o bien, según se haya visto o no Manhattan. La primera línea escogida por el director para ambas películas es la misma. Un popurrí de imágenes de la ciudad, música vernácula y, de fondo, la voz del que será el personaje principal. En este caso es Gil Pender (Owen Wilson), un escritor de guiones de Hollywood que desea liberarse del estrecho mundo en el que se metió y dedicarse a la literatura. Los paralelismos con Manhattan en el arranque de la película continúan. El escritor, siempre inseguro de su trabajo, se encuentra con dos amigos con los que, por una razón u otra, se ve obligado a pasar más tiempo del deseado. Uno de estos amigos es un cerebrito insufrible, de aquellos que van por la vida dictando cátedra con cada uno de sus movimientos. Detalles más, detalles menos, esta ecuación es igual de válida para ambas historias. El papel de pedante en esta película lo cumple Paul (Michael Sheen), amigo de la prometida de Gil. En Manhattan fue Mary (Diane Keaton), amante del amigo de Isaac (Woody Allen). Ambos enciclopedias caminantes, fábricas de sentencias con nariz, ojos y boca, que espantan en un primer momento a cualquier espectador. Así las cosas, transcurridos ya algunos minutos de la película, la angustia me carcomía al ver a uno de mis directores favoritos repitiéndose descaradamente. Afortunadamente, lo que entre Mary e Isaac fue algo parecido al amor, entre Paul y Gil se resuelve con un distanciamiento entre ambos. El director la sacó de la raya.

Pasemos a la mayor falla de la película. Owen Wilson. O tal vez no Owen Wilson, si no lo que Woody Allen quiso que Owen Wilson hiciera. El de Gil Pender es un personaje escrito para sí mismo. Ese intelectual maniático, inseguro e incomprendido es justamente el alter ego cinematográfico que Woody Allen patentó. Tras sus lentes de marco grueso, esa mirada desahuciada legitimaba todo el nerviosismo y torpeza de sus personajes. Era creíble que, tras el discurso del Allen actor, hablaba el Allen humano. Acá, Owen Wilson es nada más que un títere jugando a ser Woody Allen. (Y de más está decirlo: no le queda). El humor de Woody Allen; desesperado, nihilista, autoflagelante a la vez que ególatra; en boca de Owen Wilson suena a una lección recitada de memoria. Es inevitable, el pasado marca a los actores, y el currículo de Wilson no predispone a ningún espectador a aceptarlo como nuevo abanderado del humor brillante del director neoyorquino.

¿Algo rescatable en la película? Sí, por suerte. La historia es entretenida. Hasta incita a ese raro género de la nostalgia que te hace añorar lo que nunca conociste. El repaso del París de los años 20 nos recuerda que sí, que existió una verdadera ciudad luz. Una ciudad donde se encontraban todas las vanguardias artísticas viviendo en un mismo barrio, casi bajo un mismo techo. Ese París era un verdadero portento de genialidad. El problema es que con todo esto Woody Allen no logró hacer mucho. La presencia de tanto genio debería justificarse de alguna forma, si no la historia no sería más que una mera anécdota intelectual. Tal vez con el único que se logra esto (en la que para mí es la mejor parte de la película) es con Buñuel, cuando Gil intenta pasarse de listo y le “regala” al español la idea para una película. Esta película sería nada menos que El ángel exterminador. Con todo lo dicho, nos queda que el último trabajo de Woody Allen, de nuevo, se queda corto ante su creador (digan lo que digan las críticas, inclusive las de Cannes). Es una película ligerita, para pasar el tiempo y entretenerse, muy lejos de la mordacidad y de la acidez con las que, desde las carcajadas, te obligaba a pensar. Porque a Woody Allen lo tengo en muy alto concepto ahora lo critico, y lo seguiré haciendo, porque sé que es capaz de crear cine más inteligente.

No quisiera pensar que a Woody Allen se le secó la imaginación.



No hay comentarios:

Publicar un comentario