o es secreto para nadie que en el mundo antiguo, me refiero al anterior a la aparición del catolicismo como tal, la bisexualidad se vivía de forma plena y abierta, sin pudores, y hasta constituía un distintivo de clase. En la antigua Grecia eran solo los pudientes quienes podían convertirse en erastés y costearse un jovencito erómeno. Para más ejemplos esclarecedores sobre la difusión de la homosexualidad basta ojear cualquier obra del Marqués de Sade. El principal responsable de la satanización de la sexualidad en general, y con mayor ahínco de la homosexualidad, fue la Iglesia Católica. En la zona de Medio Oriente, los descendientes de Abraham no eran extraños a esta libertad sexual. Lo explícito de las prohibiciones y el número de las mismas que en la Biblia impone Yavé con referencia al encuentro sexual entre individuos del mismo género, nos dan una idea de lo difundido de esta práctica. El caso más conocido es el de Sodoma, ciudad en la cual sus habitantes intentaron violar a los enviados de Yavé en la casa de Lot. Una historia idéntica se repite en la ciudad de Guibea, con un levita que va de paso por la ciudad (Jueces 19). Estos dos son casos explícitos, pecaminosos según el dogma, y se los podría considerar impropios para las “sagradas escrituras”, pero es claro que el Vaticano las ha dejado ahí a lo largo de todas sus revisiones de la Biblia para desmotivar este tipo de conductas. Pero hay un caso de homosexualidad que se presenta de forma velada, con toda la intención de que pase desapercibido, e involucra al que tal vez sea la figura máxima del Antiguo Testamento.
En aquel tiempo en Israel había un rey, Saúl, ungido por el sacerdote Samuel por orden directa de Yavé, que a su vez obedecía el mandato de su pueblo que le pedía un hombre para ocupar esa dignidad. Samuel se mostró contrario a esta exigencia por considerarla una afrenta a la autoridad divina, pero intervino Yavé y aplacó su ánimo prometiéndole terribles castigos para Israel con el nombramiento de Saúl. El rey fue al principio un favorecido de los cielos, pero estos; fieles a su costumbre de hacer caer a los mortales para luego castigarlos por eso mismo; lo hicieron desobedecer una de sus órdenes (1 Samuel 15). Con esto Saúl cayó en desgracia ante la deidad y esta le anunció la llegada de su sucesor. Se comunicó con Samuel y le indicó quién debía ser el nuevo líder de las huestes de Israel. El favorecido fue un pastor de ovejas, el menor de los hijos de Jesé, natural de Belén. Se llamaba David, famoso luego por vencer al gigante filisteo Goliat. Atraído por este nombre que se iba forjando David, Jonatán, el hijo de Saúl, se acercó a él y “comenzó a quererlo como a sí mismo” (1 Samuel 18:1). Si uno compara esta relación de “amistad”, que ha sido llamada platónica por la Iglesia, con las otras de la Biblia va a notar que la familiaridad del trato de los personajes no es habitual. A la sociedad israelita de aquel entonces se la nota más bien parca y distante en su trato, además de sumamente verticalizada. Pero entre David y Jonatán se nota una devoción anormal, que hace al futuro rey cantarle a su amigo lo siguiente, cuando se entera de su muerte: “…tu amistad era para mí más maravilloso que el amor de las mujeres.” (2 Samuel 1:26). (En algunas traducciones leí que en vez de la palabra amistad usan la palabra amor). Pero el pasaje más comprometedor se encuentra en el primer libro de Samuel. Saúl, advertido del peligro que constituía David para su reinado, comienza a perseguirlo y asediarlo. Jonatán descubre las maquinaciones de su padre y se preocupa por la integridad de su amigo, así que corre a avisarle. David huye y se esconde en diferentes ciudades del país. Cuando Jonatán vuelve a interceder por la vida de David su padre explota y le suelta lo siguiente:
“¡Hijo de mujer perdida! ¿Acaso no sé yo que prefieres al hijo de Jesé para confusión tuya y vergüenza de tu perdida madre?” (1 Samuel 20:30)
¿Hijo de mujer perdida? ¿Para confusión tuya y vergüenza de tu madre? Hay que notar que el comportamiento de Jonatán hasta ese entonces era intachable y que no había cometido, abiertamente, ninguna falta que pudiera manchar de vergüenza a su madre. Otro aspecto importante en la cultura israelita era la fatalidad del destino impuesto por Yavé y los castigos que este repartía a la descendencia de los pecadores. Siendo la madre de Jonatán una “mujer perdida” no sería extraño que Yavé la hubiera “castigado” con un hijo homosexual, orientación que era toda una afrenta para las nuevas leyes de Israel. Al decir “confusión tuya”, estaría dando a entender que Jonatán equivoca el camino, que se decanta por las antiguas leyes de los dioses de antaño que eran más liberales en materia sexual que aquellas que Yavé estableció en el Levítico y el Deuteronomio. En tiempos antiguos era habitual que la subordinación militar se tradujera también en subordinación sexual, y era normal que un general tuviese entre sus inferiores a su amante o amado. De hecho, hay teorías que dicen que la palabra esclavo en la Biblia ha sido mal traducida a propósito, restándole las connotaciones de sumisión sexual que traía consigo. David, como general máximo de las tropas de Israel, tenía bajo su mando a Jonatán.
Según el dogma David es el esbozo de lo que será Jesús en el Nuevo Testamento. Es el Rey de Israel por excelencia, nacido en Belén y antecesor directo de Jesús, el Rey de toda la Humanidad. Los deslices de David fueron sistemáticamente ignorados por la doctrina y, en la Biblia, por Yavé. Cualquiera que la haya leído puede dar fe de que (con música de Cerati de fondo “…sé que Dios es bipolar…”) Yavé cambia de genio como en Ecuador cambiamos de presidente. Por afrentas similares contra sus leyes destruyó Sodoma, Gomorra e hizo que cayera Guibea, mientras que David goza del favor de toda la cristiandad. Cabe decir además que es un símbolo entre la colectividad cristiana gay, que es grande. Como diría Manuel Calisto en la película Cuando me toque a mí: hasta para entrar al cielo se necesitan palancas.
Amén.