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16.10.10

Un paso atrás

n medio de la alegría por el nuevo camino que en creación cultural estoy convencido ha tomado el Ecuador, recibí ayer una certera cachetada que me bajó de las alturas de la dulce embriaguez. La cachetada me la propinó justamente uno de los miembros de estas filas de rescatistas encargados de poner las artes ecuatorianas a buen recaudo: Fernando Mieles con su opera prima Prometeo Deportado. El anuncio de la próxima aparición de una película ecuatoriana es de las mejores noticias que pueda recibir, y cuando me enteré de esta, con su atractivo nombre, fue prioridad el ir a verla, más aún cuando vi que actuaban en ella los por mi muy respetados Peky Andino y Juana Guarderas. Mi emoción se basaba además en que creía que aquel apelativo de “cine ecuatoriano” se había limpiado ya de todos los elementos folklóricos que hacían de nuestras películas meras láminas como las que comprábamos en la escuela; guías didácticas para gringos sobre todo lo de curioso que tuviéramos aquí. Creí que aquel gentilicio servía ya únicamente para llenar el campo “País” dentro de cualquier base de datos. No creo en filmografías nacionales. No creo que fronteras imaginarias definan los parámetros de la creación, no ahora al menos, con las fronteras volviéndose cada vez más difusas. Desde hace algunos años ya el cine es de los directores, único ente soberano de la obra (sin considerar variables importantes también pero que no vienen mucho al caso, como son presupuesto, actores, productores…). Hace décadas sí que se podía hablar de un carácter nacional de ciertos cines. ¿Quién podría obviar los denominadores comunes que mantenían dentro de sus filas cines como el mexicano, el italiano o el soviético? Seguramente eran etapas necesarias para plantar cimientos fuertes para una infraestructura seria de creación cinematográfica. Siendo el nuestro un cine tan niño, aunque quisiera creer que ya en los umbrales de la pubertad, tenía que pasar por esto. Producto de este período tenemos aquellas horrorosas películas “visite mi país”, todas llenas de nuestras hermosas montañas, de paisajes que te quitan el aliento y del ecuatoriano “pobre pero honrado”. Se me viene en mente Qué tan lejos… Esta etapa había muerto magistralmente eliminada por la incendiaria Black Mama, que usando los mismo elementos de ese cine postal se arregló para destruirlo. La misma sonrisa socarrona con que, por sobre el hombro, veía Don Quijote a Alonso Quijano.

Así las cosas, la cartelera nacional era sumamente prometedora. Después de dos horas y pico de Prometeo deportado debo decir que hemos dado un paso atrás. Esta ni siquiera es una película, es un compendio de ideas gastadas y poco originales sobre nuestro país. Tengo la seria sospecha de que se filmó sin guión alguno. Qué difícil me es dar un resumen de la obra, fueron más de dos horas en blanco que transcurrieron demasiado penosamente, especialmente si se considera que uno paga por ello. Sudando un poco puedo decir que es la historia de un grupo de ecuatorianos (muy heterogéneo; tanto, que parece propaganda del Ministerio de Inclusión Económica y Social) atrapados en la sala de espera del aeropuerto de algún país extraño donde se habla el español al revés (ìsa) y nos odian por viajar, literalmente, con la casa encima. Los confinados no reciben noticias sobre su situación y cada vez llegan más y más compatriotas, por lo que empiezan a surgir problemas con la comida, el aseo y el descanso. Un buen día deciden organizar una suerte de sociedad que termina explotando y quedando a merced de un nadador malvado y ojeroso. La opresiva organización muere pronto cuando la nueva pareja, que forzosamente debe aparecer en este tipo de películas, encuentra dentro de un baúl un camino de regreso al país que tanto putearon. Por este hueco en el tiempo y el espacio todos regresan al Ecuador y viven felices para siempre.

Todo eso, que tampoco es mucho, ocurre en tal sólo una sala del aeropuerto. El cine inmóvil, estático, tiene que sostenerse por ley en diálogos poderosos, o en imágenes poéticamente bellas; elementos ambos inexistentes en la película. Es tan loable la valentía del director como reprochable su insensatez al probar suerte con esta modalidad cinematográfica tan complicada, que tal vez sólo en Hitchcock haya visto triunfar. ¡Dios mío pero si hasta él hacía películas cortas cuando todo sucedía en una sola habitación! Mieles se endulza en la cinta y tira más allá de lo que le da la sábana. En la catarsis de su ecuatorianitis puebla la trama de los personajes tipo que según él nos definen como país: el típico político oportunista, el típico chulquero charlatán, las típicas viejas curuchupas, la típica cholita que se jura gringa… Personajes que están bien para unos cachos, pero para nada más. El único personaje con potencial, por demás desperdiciado, vendría a ser el escritor, interpretado por un Peky Andino reducido a leer definiciones enciclopédicas de ciertas palabras y a repetir infinitas veces la misma carta para todos los migrantes. Como todos los personajes del filme está siempre rodeado de sus elementos “característicos”, en este caso sus libros. Tal vez haya aquí uno de los poquísimos aciertos en la película, ya que como metáfora del paso del tiempo el número de libros se incrementa sin tener una verdadera razón para ello; sin duda un coqueteo del director con el realismo mágico. Con el resto de personajes este artificio pierde su gracia por las cotas de cliché que alcanza, como cuando en la maleta de la Juana Guarderas ocurre de repente el milagro de la multiplicación de los caldos y los cuyes y sin ningún problema todos pueden servirse un suculento cuy acompañado de un buen caldo de manguera.

Toda creación es un proceso, y como tal tiene un cierto orden que debe respetarse. Se deben crear las ideas para la película, mas no la película para las ideas porque esto sería violentarla, como pasa en la obra que nos atañe. Esa introducción por la fuerza de lo ecuatoriano logra lo opuesto a su objetivo y aleja la película de su intención de retrato. Es absurdo ese intento deliberado de “ser” ecuatoriano que se ve en el trabajo de Mieles. Ecuatorianos somos ya por el hecho de estar acá, ¿por qué redundar? ¿Acaso Ratas, ratones y rateros no es una película ecuatoriana? ¿Vemos en ella aquel exhibicionismo nacionalista que en Prometeo? ¡En lo más mínimo! Porque esta sí es una película seria. El cine no puede estar confinado a un solo país, y peor a uno tan pequeño como el nuestro; por tanto el reto es crear una película que pueda ser vista por todos en todas partes. A Prometeo no la entenderán ni siquiera en Colombia ni en Perú. De verdad espero que esa película se quede aquí, para lavar la ropa sucia en casa.

Pudo haber sido un trabajo sobre los dramas de los migrantes, desde el punto de vista del realismo social; o una divertida historia de seres atrapados por el color de su pasaporte, ayudado por diálogos sólidos donde era Peky Andino el llamado a descollar. El resultado final es una muestra de la estrechez de vista del encargado de capturar su concepto de Ecuador por el ojo de esa cámara. Pensar que el país está limitado por un cuy, un caldo de manguera y una funda de mote es una crasa ignorancia. Me sorprende esto porque de la misma película se puede deducir que el director no es un completo imbécil. Aventura subrepticiamente ciertas referencias a la mitología griega que hablan de un nivel cultural, si no indispensable, al menos deseable en todo artista. El Prometeo mitológico que entregó el fuego para bien de los humanos y que pena con fe en su salvación es reemplazado por un mago buena gente, igualmente esposado, que es el único que guarda la compostura hasta el final cuando logra la libertad. Las bellas tres Gracias; Áglaya, Eufrósine y Talía; se encarnan en una versión un poco devaluada de ellas mismas y se vuelven tres viejas curuchupas llamadas todas con variaciones del nombre Gracia. Igualmente el mago Prometeo se encarga de amenizar a los atrapados contando uno de los mitos griegos de la creación.

Quisiera poder rescatar algo más pero eso sería un chauvinismo imperdonable. Por el momento dejémoslo a Mieles con su berrinche de “yo soy ecuatoriano”, seguro se cree mejor ciudadano que Abdón Calderón. Por su bien y por el del cine en general le deseo más suerte en sus próximos trabajos. Afortunadamente se nos viene el trabajo de un grande, Rabia de Sebastián Cordero; él también es de los nuestros y sin necesidad de tatuárselo en la frente. Porque como espectadores nos merecemos mucho más, y como país estamos en capacidad de hacerlo, Prometeo deportado recibe de mí la peor de las calificaciones. Punto, se acabó, tengo poco que agregar que no me revuelva más la bilis.