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obstinadamente el blog menos leído del internet

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12.2.11

Acerca de Mary O'Grady

e topé el otro día con un artículo en el periódico que me hizo hervir ligeramente la sangre, por lo obtuso y lo sofista del mismo. Muy a la manera inglesa decidí escribir una carta de protesta al diario, pero algo me hace temer que no la publicarán (y eso que intenté ser breve y, si no correcto, al menos decente en el lenguaje, ya que lo que leí me provocó nauseas por el nivel de ignorancia de la periodista.). El link hacia el artículo es el siguiente:


http://www.elcato.org/por-que-nadie-protesta-en-la-habana

Y mi tímida carta al periódico fue:

Bajo el atractivo título de “¿Por qué nadie protesta en La Habana?” se publicó el pasado lunes el reportaje de la analista Mary O’Grady, en el cual se intenta analizar el por qué nada pasa en Cuba mientras que en Egipto está pasando tanto. Existiendo en ambos países regímenes igualmente represivos y añejos, O’Grady se pregunta el por qué las protestas allá sí y acá no. Con una simpleza que espeluzna, la autora sentencia sin mayor preámbulo que la ausencia de manifestaciones públicas de descontento en Cuba se debe a la relación que existe entre el estado y el ejército. En Cuba es el ejército el encargado de manejar las tres actividades económicas más lucrativas: el turismo, las ventas minoristas y los servicios públicos. De esta forma, se podría decir que el ejército cubano está “profundamente agradecido” con el estado y por ende comprometido con mantener el statu quo. Así, según O’Grady, se compra la paz. Ingenuamente alega que en Egipto el ejército es también propietario de ciertas empresas, pero que como consecuencia de la siempre benévola capacitación estadounidense, la armada egipcia ha desarrollado un nivel de compromiso y responsabilidad social que la lleva a trascender los personalismos. Conmovedor hasta el llanto. Especialmente si consideramos que a las nobles tropas egipcias les tomó más de treinta años darse cuenta de la farsa de democracia que legitimaban. Creo que en la escuela nos enseñaron a no mezclar manzanas con papas. Es simplemente inconcebible realizar una comparación tan tosca, olvidando todos los matices y detalles intrínsecos a cada una de las partes. Entre el modelo cubano y el egipcio, común apenas por tratarse de gobiernos dictatoriales y sedentarios, se abre un abismo de divergencias de índole ideológica, económica, geográfica, histórica y hasta religiosa. Las diferencias son obvias; comunismo y capitalismo; economía planificada y economía de mercado; Latinoamérica y África… Mientras los Castro llegaron al poder por las armas en una revolución eminentemente popular, Mubarak asumió el poder tras el asesinato del entonces presidente Sufi Abu Taleb. La población cubana, mayoritariamente católica aunque oficialmente atea, no sufre las desgarradoras luchas que un país predominantemente musulmán mantiene con su gobernante de políticas pro occidentales y de buenos términos con Israel. Estamos hablando de dos pueblos completamente diferentes, sólo confundibles por la tópica abulia estadounidense que sentencia que Washington es Washington, señores, lo demás es loma. Si Castro no la ve todavía tan negra como la está viendo Mubarak se debe solamente a que en Cuba existen condiciones que, hablando en números, lo tienen como el cuarto país latinoamericano en el ranking del índice de desarrollo humano, el número 51 a nivel mundial y muy por encima del puesto 112 ocupado por Egipto. Y que se me lea bien; esto no es una apología a ningún régimen que por negar sistemáticamente libertades esenciales a sus ciudadanos perdió años ha el derecho a ser. Pero al alcanzar la difusión que seguramente alcanzó el susodicho artículo, creo mi humilde deber el alzar la voz para hacer notar lo equivocado y desinformado del mismo, por el bien general y por la verdad. 

Black Swan

omo por ahí ya me calificaron de aristarco, escribiré ahora de la última película que vi y que me gustó. El título me delata. Sí, hablo del más reciente trabajo de Natalie Portman: el Cisne Negro. El rollo es este: Nina es una excelente balletista que ha sido elegida para el rol de reina cisne en la obra que prepara la compañía donde ella baila. Obviamente estamos hablando del Lago de los Cisnes, del ruso Piotr Tchaikovsky. Ser la reina cisne constituye la consagración como bailarina principal de la compañía, lo que lleva a Nina a reemplazar a Beth, la antigua favorita. Nina; toda ella método, disciplina, corrección, fragilidad y candidez; tiene el don innato para representar al cisne blanco. Pero su papel entraña una mitad oscura, la del cisne negro, la malvada gemela que seduce, engaña y enamora al príncipe que cortejaba a su hermana. Para esta labor no son válidos ni el control ni el academicismo que Nina imprime en su baile. Para hacer de cisne negro es necesaria la pasión, el fuego de la coquetería y la seducción; cualidades todas sofocadas por el afán de perfección de Nina. Su entrenamiento consiste justamente en eso: lograr que aflore su lado de cisne negro. Ardua labor, considerando que la señorita tiene ya 28 años, vive todavía con su madre, no es muy ducha en materia de hombres, es de lo más reservada en su trato social, y que su nueva posición de privilegio le ha granjeado la enemistad de sus guapísimas compañeras. Sólo una de ellas se decide a darle una mano y la invita a salir y divertirse una noche. Lily, porque la buena gente se llama Lily, es toda una mujer. Sabe lo que quiere y lo toma cuando lo encuentra. Esa noche quería divertirse y encontró con quién (obvio, tremendo espécimen humano que era). Al principio Nina no se animaba, pero con copas y pastillas de por medio aceptó seguir a su amiga. Al día siguiente, con un épico chuchaqui de alcohol, drogas y fantasías lésbicas, llegó tarde al ensayo y se encontró con Lily tomando su lugar de reina cisne. Esto azuzó sus terrores paranoicos que le hacían pensar en un complot para quitarle su papel. Además da la pista que parecería indicar que hay algo que no anda bien en la cabeza de Nina. Desde el principio de la película se veían fugaces apariciones, dobles de Nina, dobles con apariencia maligna y siempre de negro. De hecho, aquella fantasía lésbica de más arriba inició con Lily y terminó con su propia imagen en lencería negra. Interesantísimo.


El día del estreno del ballet se acercaba y la presión sobre Nina crecía cada vez más. Su afán era tal que llegó hasta el ridículo acto de robarle algunas pertenencias a Beth, buscando ser como ella: la reina cisne por excelencia. Esa misma noche, en una tremenda crisis de alucinaciones llega a su casa y frente a su espantada madre sufre una metamorfosis a cisne negro (con plumas, patas y demás) que termina con su desmayo. El siguiente era el gran día y a pesar de la oposición de su madre Nina se dirigió hacia el teatro (ya no era un pajarraco negro). La primera mitad del acto fue un fracaso, culminando con una estrepitosa caída de la cual Nina, en su paranoia, no duda en culpar a su príncipe. En el camerino por una confusa pelea entre el cisne blanco (Nina) y el cisne negro (alternativamente Lily y Nina) Nina logra retener su papel de cisne negro, sale al escenario y lo realiza de manera soberbia. Mientras baila sufre otra transformación todavía más radical, y frente al público que la ovaciona se convierte en un completo cisne negro. En el último movimiento, de nuevo como cisne blanco, la herida producto de la pelea ya dicha se empieza a hacer evidente, y cuando Nina sale del escenario crece aún más. Ante los ojos de sus compañeras y el aplauso ciego de los espectadores se entiende que Nina muere, herida y golpeada por un amor frustrado, justo como en la obra de Tchaikovsky. Muy acertadamente la película acaba ahí.

Más allá de una muy buena fotografía (especialmente el sueño inicial es, diría yo, de película) este trabajo merece algunos elogios. En cuanto a imagen; las secuencias de baile son captadas con ojo de artista. Ciertas tomas hubieran hecho las delicias de Degas. Reinan los colores blanco, gris y negro, todos con significados muy claros y palpables en cada una de sus apariciones. La historia en cambio me deja una intriga. No sabría cómo calificarla, si como un drama psicológico o como un filme de fantasía. La duda se genera porque no tengo la menor idea de si los problemas de Nina se generan solo en su cabeza o si la trascienden y son perceptibles por el resto. De ser todas alucinaciones sin duda sería un drama de tinte psicológico, y les daría algo de tela que cortar a los trabajadores de este gremio. Si no, sería una historia que empezó en la tierra de la realidad y fue progresivamente alzando vuelo hacia la fantasía, un poco a la manera de muchísimos cuentos de Julio Cortázar. Mi problema es que encuentro hechos que están a favor y en contra de ambas hipótesis. Si se tratase de elegir me inclinaría por una historia fantástica, si bien al principio pensé en serio trastornos mentales. La historia de una mujer tan compenetrada con su papel que no solo lo representó sino también lo vivió y lo murió.

En esas metamorfosis encuentro uno de los pocos puntos reprochables de la película. Como en todo, cuando no hay recursos tiene que entrar en juego el ingenio (léase el cine antiguo o el de bajo presupuesto) pero cuando don Dinero está de buenas muchos esfuerzos se ahorran, y esto no necesariamente es bueno. Al grano. El presupuesto de Black Swan les permitió sin duda realizar en computadora las creíbles apariciones de plumas, patas y alas en Nina. A mi parecer estas son imágenes toscas que desmerecen la belleza general de la película. No es tan agradable ver torcerse una pierna (y peor una de Natalie Portman), o ver un cuello crecerse y menos aún ver esos gráciles brazos llenarse de plumas negras (después de ver Los Pájaros mis relaciones con estos animales se han enfriado). A un director con una billetera menos regordeta le hubiera tocado ingeniárselas para sacar estas escenas adelante. Creo que esos eran momentos para tratarlos con más poesía, la película hubiera ganado muchísimo y tal vez hubiera rozado la excelencia. Mi lucidez no me da para vislumbrar el discurso adecuado para contar esas escenas, no soy cineasta, así que a callar.

Pero bueno, a pesar de mi pataleta estas son cosas nimias. La película es muy recomendable. Seguramente el día del Juicio Final no se salvará de la hoguera porque no es ninguna obra capital en la historia del cine, pero hasta ese día se la podrá disfrutar sin culpa.