na húmeda flor
de sangre lloró una semilla. Nacer en una tumba sería más sincero. En una tumba
junto al mar. Cambiar el vino de barril. Clavar bien los clavos de su cruz. Un pájaro
no debe volar. Ni fumar. Morir sin avisar. Solo por joder. Morirse por joder. Mudar
la piel. Antes de que se me borren las palabras. Jalar el mantel del cielo sin
estrellar los platos. Con mis manos arar tu cuerpo y sembrar un beso. Acariciarte
y hacernos pan caliente. En la puerta del horno. El barranco del diamante a sus
cenizas. Mi lluvia se mudó de ciudad. El camión de la basura se llevó todas las
flores. Se enrevesa la corbata. El sol se paró en la esquina. Se vistió de
amarillo. De verde. De rojo. Paró el mundo. Me quería bajar.
***
El disparo se
escuchó en todo el caserío. Los huéspedes de la pensión llegaban entre
soñolientos y morbosos a la puerta del cuarto 13, el del joven estudiante
llegado del interior hacía un año. La señora Delia, la risueña propietaria del
negocio, pegó su oreja a la puerta, aguzando el oído. Tras golpear varias
veces, todas sin respuesta, sacó su llave maestra, la que a sus clientes juraba nunca utilizar sin su consentimiento. Tras la puerta aparecieron
tímidos un colchón y una mesa, colocados como llovidos al azar. En el cuarto
había sólo una luz. Una vela quemaba sus últimas ceras, una pluma descansaba
sobre una hoja garabateada, y entre ellas dormía su muerte el cuerpo tibio de Ramírez.