Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía?
Para eso sirve: para caminar.
Eduardo Galeano
uando salí de la sala tenía dentro de mí un torbellino. En parte por las poderosas cervezas de 8º de alcohol cada una y además por lo azaroso del tema, no tenía ganas de comentar la película si no de gritarla. Si vas al cine y al salir de la función se inicia un debate sobre lo visto, es porque el director ha logrado su objetivo. Yo salía de ver “Al sur de la frontera” del izquierdoide Oliver Stone, y había, como nunca antes, campo fértil para la discusión. Para los que no sepan de qué demonios estoy hablando, me refiero al último trabajo del citado director. Es un retrato de los líderes latinoamericanos satanizados por los medios de los EEUU. Obviamente la mayor parte del pastel se lo lleva Hugo Chávez, que mal que bien (más mal, a decir verdad) es el más llamativo de todos. Después asoma Evo, con el referente importantísimo de ser (como diría una amiga, finalfuckingmente) el primer indígena al mando de su nación indígena. El resto del show se lo reparten Lula, los Kirchner, Correa, Lugo y Raúl Castro. A Chile ni se lo nombra y creo que esto se debe a que el público al que está dirigida la película es esa masa idiota de gringos víctimas de sus propios medios de comunicación, que creen que al sur de su triste muro no hay más que una horda de salvajes que bailan bien y que con cocos y lanzas quieren revivir Apocalypse Now. Desconozco la opinión que de Chile tengan en los EEUU pero estoy casi seguro de que no puede ser mala. Tal vez sientan ahora el chuchaqui moral de haber sido tan descaradamente pinochetistas y esto los obliga a ser condescendientes.
Como dije, el objetivo es el público gringo, pero a ningún latino le haría mal verla. Es una mirada, si bien no desapasionada, más alejada que la que cualquiera de nosotros podría brindar. Además nos muestra el obtuso punto de vista gringo sobre la situación, por ejemplo con la crasa ignorancia de una rubia presentadora de noticias que creía haber hallado la explicación al problema venezolano con el dato de que Chávez era drogadicto porque masticaba hojas de cocoa. En su ayuda salió su compañero a corregirla y decirle que eran hojas de coca, no de cocoa. Pero ni así lograron dilucidar lo que cualquier niño boliviano analfabeto y desnutrido sabe: que la coca es a la droga lo que la rubia citada a la inteligencia. Tuve que reír para no llorar…
Algo que hay que reprocharle a la película es la idealización de los personajes. Tal vez se deba a que para alguien inmerso en el aburridísimo mundo político estadounidense el despertar latinoamericano sea sencillamente fascinante y trascienda el pensamiento racional. La situación actual de Latinoamérica es única. Unos con políticas serias y otros con discursos populistas y añejos, pero todos con un nuevo objetivo que se llama como nosotros y habla español. La película se centra justamente en esto, la cara bonita de la moneda. Para ver la cara fea nos basta salir a la calle o leer el periódico. Apenas si se nombra la crítica situación de los derechos humanos en Venezuela, pero se recalca que en la misma materia el mayor aliado de los EEUU en el mundo, que es Colombia, está mucho peor. (Si no me creen lean sobre los falsos positivos). A Evo se le perdonan sus declaraciones calvo y homofóbicas. De Lugo no se dice que es parte activa del gremio de quienes son tratados de “padre” por los que no son sus hijos y de “tío” por los que sí lo son. De Correa… Bueno de Correa no se dice casi nada, pero se le da la oportunidad de hacer lo que mejor sabe: hablar. Si los EEUU quieren mantener la Base de Manta, no veo por qué no podríamos nosotros instalar una base ecuatoriana en Miami. Eso dijo, y me confirmó en mi teoría de que Silvio Rodríguez pre visualizaba a Correa cuando escribió sobre la mirada constante, la palabra precisa y la sonrisa perfecta.
La película en EEUU recibió críticas por parcializada. Y sí que lo es, pero no hay que olvidar que la objetividad es un mito, y tampoco veo que el director se haya dejado comprar. Para quienes hayan visto “Fidel”, del mismo Stone; este documental es la extensión al sur del ya citado. Tiene el mismo ritmo, donde los presidentes son los protagonistas y el director lo que hace es guiarlos a las aguas tranquilas de un retrato benévolo pero no proselitista. Michael Moore niega, Oliver Stone afirma. El trabajo de ambos es de lo más saludable para los EEUU y el mundo. Pero como John Lennon perdió la cabeza por Yoko Ono cuando en su muestra vio escrito simplemente “YES” en medio de la ola de negaciones de la sociedad, yo me quedo con Stone. El gringo está enamorado de nosotros. Dejémoslo que viva su idilio.
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