
a luna se nos da por tajadas. Hasta cuando nos engaña; caterva de observadores ingenuos, la humanidad; mostrándonos toda su redondez, hay algo que sus rayos distraídos por la infinita vacuidad espacial han dejado perder. Es simple geometría, la luna no es una circunferencia, es una esfera; he aquí la cuestión. Gracias a algún capricho de la óptica esta se aplasta y nos deja (me deja, al menos) la sensación de que nos perdemos algo: el maravilloso espectáculo de su esfericidad suspendida. El problema es aún más grave cuando con una prosa que raya en el cinismo la luna se desgaja. Es este un momento crítico para los amantes de la luna. Vemos al cielo y no encontramos en él más que las cáscaras de nuestra fruta que alguien devoró. Siendo ya algo cotidiano (¿aplica o no el término para un evento nocturno?) nadie repara en esto: es un instante en el que la parte oculta de la luna es negada sistemáticamente por nosotros. Son segundos que no existen para aquella zona tímida, borrada por nuestra imprudencia al ver, ya que si el concepto claro de áreas ocultas no se pasea fugazmente por el cerebro de cualquier observador de la luna, estas sufren una momentánea inexistencia. Afortunadamente son solo segundos, puesto que raudos aparecen los justicieros saberes que hasta el más inoperante sistema educativo nos debió haber inculcado, y reparamos nuestro fallo, siempre mentalmente, siempre sin decírselo a nadie, sin siquiera darnos cuenta, e inconscientemente vuelve la luna a completarse a pesar de sus pudores. Estos son los dramas que noche a noche vive nuestra amada perla mohosa. Qué duro ser la luna…
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