uenos Aires
tiene en la luz a su mejor aliado. La luz en Quito tiene el inconveniente de
ser canicular. Es la peor luz para la fotografía. Es una luz lechosa que
diluye todos los colores y le roba a los objetos sus sombras. En Buenos Aires
la luz es oblicua. Parecería venir de abajo, como el viento que le levanta la
falda a la Marilyn, y nos regala colores plenos, sombras cimarronas y costras
de óxido que palpitan como llagas vivas. El sol en
Buenos Aires se toma la General Paz, como un trompo que desfallece, sin pasar
nunca por encima de la City, y atiza la fogata de la primavera.
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