…en el fragor del champagne
loca reías, por no llorar…
uenos Aires
tiene el encanto de una madame de cabaret. El laberinto de arrugas de su rostro
no logra marear todo el garbo de la ligera, la elegante, la casquivana joven
que Buenos Aires fue. Pero es ese mismo verbo el que ahora la pierde. Fue esa
gran dama que ya no lo es más. Sin embargo, gracias a dios, lo fugaz se hace
eterno por el recuerdo. Buenos Aires fue, y por eso es. Hoy viste los restos de lo que fue su
ajuar de fantasía; reniegan sus viejos enamorados y prefieren amarla en su
memoria; su cartel de mucha hembra embelesa a los jóvenes provincianos que
alzan sus primeras copas, mientras ella, siempre diva, se llora un tango.
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