arantino me encanta. La firma de este gringo de amplia frente me da a priori la garantía de calidad que es necesaria para empezar a adorar a un director por sobre sus obras. En el cine detesto los disparos, me dan náuseas los ríos de sangre y vértigo las persecuciones a alta velocidad; la Santísima Trinidad hollywoodense. Pero a Quentin Tarantino no solo le tolero estos artificios si no que casi se los exijo. No conozco de otro director que logre presentar la ultraviolencia (a excepción de Kubrick en La Naranja Mecánica. Sólo en esa, porque en Full Metal Jacket sí padecí, aunque no deja de ser un peliculón) de una manera tan fresca y espontánea. Como quien no quiere la cosa, Tarantino hace malabares con armas, heridas y muertes, y termina en las antípodas de la hostilidad y la rudeza. Es tan intensivo el uso de la violencia en sus obras que llega al punto en el que al espectador sólo le quedan dos reacciones posibles, las arcadas o las carcajadas, y con una elegancia para nada despreciable él logra siempre llevarnos hasta estas últimas. La violencia se pasea por el universo T como una juguetona y jovial ninfa, siempre dispuesta a la broma, y no como las terribles y graves gorgonas a las que recurren la mayoría de películas; no sé por qué se me viene a la mente Saw… No sabría precisar el por qué de esta diferencia; tal vez en esa ignorancia resida el motivo de mi afición; pero, aunque con mucho riesgo a equivocarme, me aventuraría a decir que todo se debe a la personalidad del director. Creo ver en Tarantino, a través de sus películas, la sanísima costumbre de reírse de uno mismo. Y aquí entra, por fin, el motivo originario de esta perorata; la última película que vi: El Mariachi, la producción mexicana. Una película tarantiniana a carta cabal. Tanto lo es, que el ya citado director filmaría años más tarde su propia versión de la misma. Si una película tiene actuaciones forzadas, un guión forzado y un final forzado, forzosamente pensaríamos que se trata de un pésimo trabajo. Mas no. No, no, no. Esto no se aplica con El Mariachi. Sin ser una joya indispensable del cine mundial, es mucho más potable que un sinnúmero de películas de mayor presupuesto. De hecho, me fascinó. ¿Cuál es la clave? Lo ya dicho anteriormente: el saber reírse de uno mismo. El conocer las propias limitaciones y no esconderlas con vergüenza si no explorarlas y sacar lo que de potencialmente bueno haya en ellas. Como Ícaro, las obras se pierden por tratar de ser lo que no son. Se intenta encuadrar en Comedia películas sosas, películas predecibles dentro de suspenso; y causan más rebulicio con esas nebulosas clasificaciones mixtas del tipo drama-comedia, suspenso-aventura, etc. Alas de cera, todas. Estoy convencido de que el director de El Mariachi no estaba pensando cómo definir su película. De seguro que el director de El Mariachi estaba gozando su trabajo, a pesar de estar consciente de sus falencias. Y esa honestidad yo la agradezco, y me imagino que Tarantino hizo lo propio en su momento. El hecho de que un director de su talento (a nadie le sale Pulp Fiction por error) tome elementos del “otro” cine, de aquel cine hasta cierto punto guerrillero por irregular y marginal, me parece de una audacia admirable. Podría ser mal visto como un plagio, pero sin duda Tarantino salva su pellejo por la gratitud que no ha ocultado hacia las películas de bajo presupuesto. El conjunto de su obra me parece un justo homenaje al cine clase B, relegado actualmente por las cadenas de salas que extinguieron al cine de barrio. Hay un afán lúdico y una jovialidad inmortal en su trabajo. Alguien dijo: “No te tomes la vida tan en serio, al fin y al cabo no saldrás vivo de ella.”. Tal vez sin saberlo Tarantino es fiel discípulo de esta máxima, y en su formación como persona y como creador no es poco el papel que jugaron películas como El Mariachi. Razón de más para verla, ¿no?
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